Esta mañana, saliendo del gimnasio -al que acudo con la esperanza de que el esfuerzo mate una barriguita que me persigue desde tiempo inmemorial- me ha asaltado un equipo de noticias de Aragon TV. Mi primera reacción ha sido: «¡Carajo! ¡Periodistas con trabajo!». La segunda, decidir en un minuto si responderles o no: querían saber si tengo esperanza en el futuro, a diez años vista. Y la verdad es que he necesitado pensarlo.
Finalmente, les he dicho que, francamente, no. Primero porque no creo que el poder político ni el económico vayan a hacer nada por mi ni por la gente en general. Segundo porque tampoco sé qué más podemos hacer nosotros a nuestra particular, masiva, descoordinada e incoherente manera. Y tercero y más importante, por que entiendo que tener esperanza en el futuro implica tener confianza en tus propios medios o en los de la sociedad. Y yo no la tengo.
A mi generación se le prometió un futuro. Se nos pidió ser niños obedientes, estudiar, pasar a la universidad y sacar una carrera -la que quisiéramos, dijeron- con la que garantizarnos un futuro. Hoy hace casi exactamente tres años que Intereconomía decidió prescindir de mi «por razones objetivas» (que para el que no lo sepa, significa que no pueden permitirse seguir pagando un sueldo). Me reemplazaron por un señor que pagaba por el espacio de radio. Después de eso, la empresa tardó más de un año en pagarme lo que me debía y la indemnización. A lo que hay que añadir que aún faltan por pagar mil euros, incluyendo los 500 «por falta de pre-aviso». Entendí los retrasos. Entendí que el director comercial de la cadena prefiriera prescindir de mi antes que de su hijo. (Uno no es padre, pero tiene cierto grado de empatía) y seguí entendiéndolo hasta más o menos nueve meses después del despido. Nadie puede decir que no tuve paciencia con la empresa, con el sistema, y con la esperanza de las narices.
Los jóvenes y los no tan jóvenes como yo, estamos ante una espiral en la que cada oferta de empleo nos lleva a un nuevo y flamante portal de colocación, donde por enésima vez debemos introducir nuestros datos, nuestras especializaciones, lo que esperamos de la vida, lo que pensamos de nuestro rendimiento, el DNI de padres, abuelos y nietos, y nuestra lista de alergias conocidas. No parece un gran esfuerzo hasta que llevas seis meses haciéndolo todos los días para no conseguir ni una mala llamada a tus muy claramente especificados dato de contacto. Entonces empiezas a preguntarte porqué las webs no intercambian la información que YA tienen sobre ti, y te apercibes de porqué no te llaman: sencillamente porque es todo un montaje para que te inscribas a OTRO portal de empleo menos popular, y este consiga así sus clicks y sus estadísticas de visitas e inscritos para cobrar por los banners. De la misma manera que nos la cuelan con mensajes de «¿Quiere ud. trabajar en hostelería?». Al final del proceso, resulta ser una «oferta» para un curso de formación que cuesta mil euros (en palabras del siempre sarcástico Arturo Miguez «¡Eso no es dinero!») con «prácticas ampliables a contrato» que, mira tu por donde, coinciden con la temporada alta. El que no se de cuenta de que es una estrategia para conseguir personal barato cuando más falta hace, y luego darle la patada en octubre, es que no se entera de como va el mundo.
No. No veo tanta diferencia entre nuestra situación y la del obrero industrial del siglo XIX. Somos perfectamente libres de coger lo que nos ofrecen o no. Pero lo único que queda en el menú es agua de acelgas, y si nos negamos a beberla. resulta que es culpa nuestra que pasemos hambre.
Ayer me enteré de que la hucha de las pensiones se vaciará el año que viene. Y eso tiene difícil arreglo, porque todos sabemos que esa hucha se ha estado llenando durante años, sino décadas, y por consiguiente no es posible que vaya a «rellenarse» en menos de un año. Ayer me plantee, por primera vez en bastante tiempo, el vandalismo urbano. Creo que es la primera vez que he sentido, desde 2003, la necesidad imperiosa de tirar huevos a un político e ir a la cárcel por ello. Pero esta no es una actitud aceptable en democracia, y nuestros líderes lo saben. Y llevan toda la crisis escudándose en eso. La gente se manifiesta, se cabrea, comete actos violentos y vota a Podemos. Todas ellas actitudes que nuestros ínclitos gobernantes insisten en decir que no entienden. Pero -espero- mienten. Si tienen un mínimo de comprensión de la realidad, deberían entender que esto pase. Y sin duda agradecen que no ocurra nada más grave. Ahí fuera, AQUÍ fuera, hay generaciones a las que se les prometió un futuro; generaciones a las que se dejó creer que sus hijos tendrían un futuro. Y además otra generación y pico a la que no se le ha prometido absolutamente nada. Y todas esas promesas han resultado vacías. Es como para que exista malestar social: que es cabreo general, pero dicho en fino.
Nos dicen que es que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades. No se les ocurre decir que los especuladores subieron el precio de las viviendas por encima de NUESTRAS posibilidades, ni que los bancos han estado prometiendo beneficios por encima de NUESTRAS posibilidades, ni que los políticos han estado cobrando y metiendo la mano en la caja por encima de NUESTRAS posibilidades. Es gracioso: el gasto lo hacen, inducen o provocan otros, pero la responsabilidad y el pago de la deuda recae sobre el ciudadano. Una falacia así no se oía en el mundo desde que Rudolf Hess echó la culpa a los judíos de haber organizado su propio genocidio. Es como culpar a las víctimas de violación, o incluso a las víctimas de robos «por ir por ahí provocando con su dinero».
La política y la banca escurren el bulto y, encima, tenemos que soportar ver como cuestiones políticas como la «gobernabilidad» o el «Procés» ocupan las portadas. Y mientras estamos taaaaan preocupados por que es que no tenemos gobierno (total para lo que ha servido tenerlo todos estos años) o porque Puigdemont esté apuntándose con un referendum a la cabeza al grito de «¡Que lo hago! ¡Mirad que lo hago! ¿eh?» nadie se pregunta qué hay de lo nuestro. De nuestro dinero. De nuestro trabajo. De nuestro FUTURO. No: corre más prisa independizar Cataluña o poner a uno u otro en el despacho de Moncloa. El paro ya se solucionará solo, como todos los problemas de Rajoy.
Hace más de un año que no se habla de lo del paro. Los empleos que se crean no dan para cubrir las pensiones, porque se dan salarios de mierda a tiempo parcial en el mejor de los casos. Y los políticos están demasiado ocupados pensando en si les conviene o no les conviene que haya terceras elecciones. Eso es todo lo que les preocupa ahora. Los parados ya no son un problema. Ya no les importa. O esa es la sensación que transmiten. Y por eso no tengo esperanza. Me gustaría estar en mejor situación dentro de diez años. ¿A quién no? Pero en 2006 ya os digo que no me veía en donde estoy ahora. Entonces tenía esperanza; suponía que las cosas tenían que mejorar. Pero no ha sido así. No confío en la política, la empresa ni la banca. Y si ellos no pueden arreglar este desastre… ¿Cómo se supone que voy a arreglarlo yo?.